Memoria de un secuestro, reseña de «Canción» de Eduardo Halfon

El paulatino ocaso de los narradores del Boom ha dejado vacante el trono de la narrativa hispanoamericana, junto a la pleitesía que los lectores del otro lado del Atlántico le debemos. Por su buena recepción crítica y su acusada proyección internacional Eduardo Halfon (Guatemala, 1971) podría ser un aspirante a ocuparlo. Esto supondría invertir ciento ochenta grados la orientación de esta silla regia, ya que su estilo, personalidad y temáticas son diametralmente opuestos a los que configuraron aquellas grandes voces de los sesenta. Guatemalteco de nacimiento, estadounidense de formación y francés de residencia, Halfon es un políglota casi apátrida volcado en explorar su identidad judía a través de la autoficción y la lengua castellana. Con estos mimbres ha tejido la mayor parte su prolífica producción —casi veinte títulos entre novelas y volúmenes de cuentos en menos de dos décadas—, con estos obtuvo en 2017 un éxito notable al abordar en Duelo el pasado de su abuelo polaco en un campo de concentración y con estos repite fórmula llevando su pluma y su memoria hacia la otra rama de la familia, la de origen libanés, en Canción, su última y promocionada novela.

            Eduardo Halfon se muestra eficaz y ágil en las distancias cortas —esta obra apenas supera las cien páginas— al esgrimir una escritura que exacerba la tensión de las escenas y vacía la necesidad de la trama, sustituyendo los elementos que típicamente la conforman por los señuelos de su yo literario: el magnetismo de sus palabras y la depurada disposición de sus frases empuja al lector no a querer saber qué más pasa en el libro, sino qué le pasa a su autor, ya que este ha abandonado el nombre de la portada y la foto de la solapa para también erigirse en narrador y protagonista del mismo. Son célebres las quejas de muchos escritores por la necesidad comercial de hablar de sí mismos durante la promoción en detrimento de sus obras; Halfon y otros muchos no padecen este problema porque la novela es directamente ellos mismos, o el personaje que envuelven con su nombre y con la historia vital que crean. En Canción esta es doble y se alterna en un ejercicio de ritmo narrativo muy eficaz: la memoria y la vivencia del secuestro de su abuelo por la guerrilla guatemalteca en 1967 y el conflicto personal que le supone a Halfon su asistencia a un congreso de escritores libaneses en Tokio, cuando él ni habla ni escribe en árabe y su única herencia como tal es la de este abuelo, que para más inri era judío. La atracción que podemos experimentar hacia el devenir de estas dos líneas es en ocasiones máxima. La realidad exterior parece quedar suspendida y nosotros convertidos en partícipes de los ritos de los Halfon, que aspiran sus aromas, palpan sus texturas y comparten sus filias y fobias. La integración de todo esto dentro de la compleja sociedad guatemalteca de la actualidad y de los años setenta resulta mucho más débil e impostada, pero aún lo es más la peripecia de Halfon en Japón. Entendemos la dialéctica sobre su identidad, que se es más nieto o hijo que libanés o judío, pero esta no va acompañada de nada que pulse las contradicciones y sentimientos de la nuestra. Si a una obra narrativa la sostiene una compleja mezcla de lenguaje, trama y empatía, el centroamericano es un gran artista del primero gracias a su prosa atrayente y viva, pero amputa la segunda y echa al traste la tercera con el exhibicionismo que practica de sí mismo. En Canción disfrutamos de una sutil ironía, de un notable sentido del humor, de momentos de gran expectación donde solo queremos alcanzar la siguiente página, pero también de burdos trucos basados en sugerencias sexuales o en interrupciones súbitas de los acontecimientos impropias de un escritor que se presupone de tanto calado.

            Vargas Llosa, que se mantiene como el único dueño de ese trono del que hablábamos, afirmaba que el origen del tema de una novela era un “striptease invertido”. Siempre tiene su germen en la experiencia personal del novelista, pero esta es disimulada, escondida tras múltiples y gruesas prendas que responden a la elaboración ficcional de la escritura. La moda de la autoficción practica lo contrario, el striptease es real —o se hace ver al lector que es real— y el resultado es como contemplar la desnudez de un bailarín hacia el que no experimentamos la menor atracción.

                                                                                   Canción                                                           

Eduardo Halfon

Libros del Asteroide, 2021

128 páginas, 14.95€

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