Parábola del descastado, crítica de «Llévame a casa» de Jesús Carrasco

Nuestro diccionario entiende como descastado al ingrato, al que no corresponde al afecto de su familia y sus amigos, también a quien ha perdido o renunciado al vínculo con su origen. Según cualquiera de estas dos acepciones, Juan, el protagonista de Llévame a casa, el último libro de Jesús Carrasco (Olivenza, 1972), podría ser un descastado, así se lo reprocha a sí mismo cuando debe abandonar su residencia en Edimburgo para enterrar a su padre fallecido y asumir los cuidados de su madre enferma. Esta es la base de un conflicto personal, generacional e incluso cultural que cualquier lector ha podido también experimentar y que sirve de guía a esta novela, la cual huye del intimismo y el sentimentalismo profesados muchas veces a estos temas. En su lugar, Llévame a casa esconde las propias vivencias del autor tras las tensiones domésticas y costumbristas entre dos generaciones: la de los padres, entregada al trabajo, la resignación y el cuidado de los miembros de la familia sin concesión alguna a las muestras de cariño; y la de los hijos, criados con los medios y oportunidades de los que sus progenitores carecieron, pero que en el momento de la madurez se topan tanto con la crisis económica como con la necesidad personal de construir su propio camino. En esta segunda generación, en Juan, en su hermana Isabel, en cierta medida su antagonista, aflora idéntico conflicto: optar entre el individualismo que la sociedad capitalista nos ha inoculado y que es simbolizado por Edimburgo, uno de los exilios más habituales de los jóvenes españoles, o responder al vínculo familiar y católico tan arraigado en nuestra sociedad, hacer lo que se espera de uno, no ser un descastado. De esta manera, la antítesis de la capital escocesa es el pueblo toledano de Cruces, es heredar el modesto y ruinoso negocio familiar, es tu dormitorio de adolescente, es fatigar los mismos bares y senderos de tu juventud.

Una vez que estos raíles quedan claros en las primeras páginas, la novela se desliza por un camino previsible y sin ninguna estación que depare al lector giros o sorpresas. Por supuesto que hay una evolución en la forma de ser de Juan, pero la esperada y ninguna más. La emoción de este libro radica en el patetismo de algunas escenas, en la falta de empatía de Juan hacia sus iguales, que nosotros sí experimentamos hacia sus personajes un tanto prototípicos; no la hay, sin embargo, en el propio conflicto, en los diálogos ni en los choques entre posturas ni puntos de vista. Estos se escurren y muestran de forma sugerente a través de los objetos, los usos, la descripción de la vivienda como símbolos de la brecha generacional y de concepción de la familia. No obstante, a la novela en su conjunto le falta fuerza y el haber asumido mayores riesgos dramáticos que la saquen del discurrir un tanto insulso donde las excesivas cotas de omnisciencia del narrador la sumen.

Es justo valorar a un escritor según su obra pasada y más cuando esta constituye el eslogan para promocionar la presente. En 2013 Jesús Carrasco protagonizó uno de los fenómenos más valientes de la narrativa española con la muy celebrada Intemperie. En esta deslumbrante novela, el pacense rozó lo cuadratura del círculo al conjugar un estilo sobrio y enunciativo con un bello lirismo. Esto junto al tan original trazo de ambientes y personajes le atribuyó una merecida comparación con Delibes y Cormac McCarthy. Aquel trabajo de orfebre con el lenguaje se atisba en Llévame a casa, pero no se acaba encontrando y ni mucho menos gozando como hicimos en su ópera prima. Tanto en esta como en la ucronía La tierra que pisamos de 2016, Carrasco proponía al lector espacios y tiempos sugerentes, pero difusos, lo contrario al realismo doméstico de platos de Duralex y manteles de hule de su último libro. Al mudar su narrativa hasta estos referentes tan próximos a su propia experiencia, parece que Carrasco opta por un distanciamiento estilístico a lo Raymond Carver, en centrarse en la descripción y el valor de los pequeños detalles y objetos, pero dejando de lado el lirismo de otras ocasiones y maniatando a los personajes con un narrador muy expansivo, lo cual resulta un tanto incoherente y lo contrario a lo que el padre del realismo sucio practicaba en sus cuentos. Con todo ello, Llévame a casa sugiere, pero no convence y emociona, pero no conmueve. Acabadas sus páginas, lo que deseamos es volver a leer Intemperie.

Llévame a casa

Jesús Carrasco

Seix Barral, 2021

320 páginas, 19.90 €

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