La soledad es el camino, reseña de Niadela de Beatriz Montañez

La actual crisis ambiental y sus efectos personales están motivando el auge y renovación de una literatura centrada en la relación entre el ser humano y la naturaleza que lo rodea y de la que forma parte. Quizá los más exitosos de entre estos libros son aquellos que los anglosajones conocen como nature writing, una prosa ajena a la ficción y nutrida tanto por información científica y descripciones del mundo natural como por reflexiones personales e incluso autobiográficas, que aspira a vincular emocionalmente al lector con los paisajes y ecosistemas que trata, incidiendo además en la necesidad de su conservación. La periodista Beatriz Montañez (Almadén, 1977) lleva semanas encaramada a los primeros puestos de ventas con Niadela, una obra que por su sensibilidad y capacidad para mostrarnos las contradicciones de nuestro día a día consumista parece destinada a ser el primer gran título de nature writing español. Montañez toma los elementos clásicos de estos autores norteamericanos, en especial del pionero de ellos, Henry David Thoreau, y esgrime la sensibilidad y el oficio para adaptarlos, por un lado, a un paisaje que no es el de los grandes espacios estadounidenses prácticamente vírgenes, sino el muy transformado entorno mediterráneo y, por otro lado, a una tradición literaria, que solo tenía como modelos en la naturaleza el beatus ille y el malditismo y la España negra. La editorial Errata Naturae lleva años sabiendo leer los pequeños cambios sociológicos hacia el ambientalismo que, poco a poco, operan en nuestro país, especialmente en las grandes ciudades, y los ha nutrido con los principales títulos clásicos y modernos de nature writing en su serie Libros Salvajes. Por su dimensión y por los complejos que rompe, Niadela es en cierta medida la guinda de esta colección, y además sus editores la han hecho caer sobre el fértil terreno pandémico de ciudadanos ansiosos de nuevos y más limpios horizontes y también de los vientos verdes que tan fuertemente soplan desde Europa.

A este éxito contribuye la historia tan peculiar de su autora, que sirve para articular las páginas del libro, el interés del lector y la estrategia de marketing que lo está llevando a televisiones y suplementos culturales, a pesar de su sencillo origen. Hasta los más reacios a la televisión tendrán un recuerdo de Beatriz Montañez como la compañera de mesa del Gran Wyoming en El Intermedio hasta hace aproximadamente diez años. A pesar de la fama, el dinero y otros estándares de éxito para la sociedad capitalista, la presentadora manchega desapareció para refugiarse lejos de todo, en una cabaña sin luz ni agua corriente para vivir en soledad y en un contacto mayor con la naturaleza. La ascendencia hacia Walden de Thoreau, Almanaque del Condado Arenoso de Aldo Leopold o Un año en los bosques de Sue Hubbell es evidente, pero todavía lo es más con el proyecto que todos alguna vez hemos mascullado de “dejarlo todo y marchar con un ermitaño al monte”. Montañez lo ha hecho en ese espacio pseudomítico que es Niadela y lo ha relatado, con todas sus transformaciones, carencias, excesos y contradicciones en este libro que también es Niadela.

Tal y como Antonio Sandoval proponía en la definición de nature writing que aventurábamos al principio, este género combina las reflexiones y vivencias personales con la narración científica de lo observado y vivido. Beatriz Montañez se vuelca hacia lo primero, obviando prácticamente lo segundo. A lo largo de los capítulos donde la autora descubre nuevos espacios, paisajes y organismos con los que tratar, a veces desde la empatía, otras desde el desconocimiento o el miedo, ahonda en su soledad y en este sentimiento como purga de los excesos de la vida en sociedad. El budismo se convierte en una de sus enseñas y en el camino óptimo hacia el desprendimiento de lo material, la meditación y la introspección de su personalidad y pasado. Este está marcado por el fallecimiento prematuro de su padre y la ausencia personal de duelo que ha recorrido su vida. Ello es lo que ha acabado motivando su éxodo a Niadela, y Niadela es la catarsis que le permite convivir con ese trauma dentro de un nuevo marco de felicidad basado en la sencillez y el silencio.

Estas reflexiones, sugestivas y descarnadas, afloran entre altas cotas de lirismo dirigidas a describir el entorno y las decenas de habitantes de Niadela que aparecen por sus páginas, independientemente de su tamaño, taxonomía o aparente belleza. La prosa poética de Montañez se vuelca en ellos a través de un arrebatador torrente de metáforas y también una adjetivación excesiva y cansada. Estas descripciones de los organismos y fenómenos naturales son extremadamente bellas, pero no sutiles, su visión sigue siendo la del urbanita que visita el campo, no la del científico ni tampoco la de aquel que, de una forma u otra, vive de la tierra trabajándola con sus manos. Montañez transfiere a zorros, arañas o cabras sus emociones y vivencias, los personifica y dota de cualidades humanas bajo una ética que aparentemente iguala a todas las formas de vida y que esconde un cierto maniqueísmo que desluce la dimensión pedagógica del libro. Cualquier acto humano, cualquier paso parece intrínsicamente impactante y perjudicial para la naturaleza, lo que conduce al absurdo, pues Beatriz y todos también formamos parte de ella y nos nutrimos, vestimos o respiramos gracias a ella. Dado que, sin lugar a dudas, Niadela trata de trasmitir una enseñanza de convivencia descarnada con el medio y de volver a poner en valor el contacto íntimo con la tierra, se echa en falta una visión más holística, amplia y actual de la naturaleza, la de que ese espacio es también un ecosistema, no una lista de organismos como la que se nos muestra en la última página.

A pesar de estas manchas, el trabajo de Montañez brilla, luce y resplandece. Lo hace por el mimo y cuidado de cada una de sus palabras, también por la honestidad con que se nos muestra el difícil camino hacia un aprendizaje que la mayoría rechazamos para nosotros, pero admiramos en los demás: saber vivir con poco, es más, querer vivir con poco. Niadela es un libro por lo menos tan valiente como la mujer que lo ha escrito, y una invitación múltiple; por lo menos a contemplar, escuchar, cuidar, amar y, por supuesto, a leer sus páginas y de ahí otras del fantástico nature writing.

                                                                                   Niadela                                                          

Beatriz Montañez

Errata Naturae, 2021

344 páginas, 22 €

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